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30 días sin deporte

30 días sin deporte

Diba yá un llargu plazu ensin tener nel blogue l’artículu del especialista deportivu Antonio G. Oliva. Asina qu’agora, pa contentu de los sos munchos «fans», volvemos a cuntar cola so collaboración. Esta vuelta va de llibros. ¡Qué vos preste! 

GLORIOSOS PERDEDORES

Antonio García Oliva

            Ahogados en la orillaEste año, entre otras cosas, los Reyes Magos me han traído un libro relacionado con el deporte y han acertado plenamente. Tiene por titulo “Ahogados en la orilla” y su autor es el periodista madrileño Carlos Molina. El libro trata de los grandes perdedores en la historia del deporte, pero no de cualquiera, sino de aquellos que fueron mejores que los vencedores, aunque al final perdieran por algún motivo, pero haciéndolo con dignidad y grandeza. Los que precisamente pasaron a la historia por haber sido perdedores.

Uno de los casos mas conocidos fue el del ciclistas francés Raymond Poulidor, el popular “pou-pou” que, despues de doce participaciones en el Tour de Francia, la carrera más importante del calendario internacional, alcanzó tres veces el segundo puesto y cinco el tercero. Fue un gran campeón, con el único problema de coincidir en el tiempo con dos supercampeones de la talla del belga Eddy Mercx y del también francés Jacques Anquetíl, que le derrotaban siempre. Suya es la anécdota de noviembre de 1978, en la que estaba visitando en el hospital a su amigo Anquetil, que padecia un cancer avanzado y éste, al despedirse de Poulidor le dijo: ”Una vez más, amigo mío, vas a llegar el segundo”.

En el libro se cuentan 26 curiosas historias, algunas muy conocidas, aunque con una nueva cara, y otras totalmente desconocidas. Algunos sonoros fracasos a nivel de equipo y otros en deportes individuales. Unas graciosas, y otras realmente dramáticas como el caso del famoso “Maracanazo”, muy conocido en la historia del fútbol. Ocurrió durante la final de los mundiales del año 1950 en Brasil, que jugaba la final contra Uruguay y acabó perdiéndola por un gol en un fallo impensable del portero local, Moacir Barbosa. Fallo que le persiguió durante toda su vida -la deportiva y la social- quedando marcado para siempre con sus compatriotas. Otro caso parecido fue la final del Mundial de 1954, jugada entre la maravillosa selección húngara, de Puskas, Kocsis, Hidegkuti o Czibor y la selección de Alemania, a la que ya habían goleado y ridiculizado en la fase previa endosándole un 8-3. Grave error, ya que las finales no se ganan antes de jugarlas y los favoritismos no valen para nada, si acaso para confiar al designado. Así fue: los teutones llegaron tres veces al arco húngaro pero marcaron tres goles que le bastaron para ganar el campeonato por 3 a 2.

Hablando de otros deportes, hay que recordar la mítica canasta que dio la medalla de Oro a la URSS en la final olimpica deJesse Owen Munich de 1972. Ganaban los americanos por un punto y quedaban 1,5 segundos de partido. En un saque de banda, los soviéticos colgaron el balón directamente sobre la canasta -lo que ahora se llama un fly o colgada- y desde el aire el alero ruso Sergei Belov anotaba la canasta de la victoria, después de haberse repetido el saque tres veces por  problemas en el cronometraje. Los americanos no se presentaron a la entrega de medallas y nunca jamás aceptaron esta derrota, ni con el devenir de los años cuando les llevaron la plata a Norteamérica.

A nivel individual también se cuentan varios casos curiosos y notables, además del ya mencionado de Poulidor: La amistad surgida entre el atleta negro Jesse Owens y su rival en el salto de longitud, el alemán Lutz Long, durante la famosa Olimpiada en Berlin de 1936, realizada a mayor gloria del III Reich de Hitler. En ella, los teutones consiguieron un total de 89 medallas entre todos los metales, EEUU ganó 56 e Italia llegó a las 22. No como nos habían contado. Una amistad sólo quebrada por la muerte del saltador alemán, en el campo de batalla en los siguientes años de guerra.

Un caso curioso y polémico se produjo en el Mundial de Ajedrez del año 1978 donde se enfrentaban dos aspirantes de la misma nacionalidad: el joven ruso Anatoli Karpov y el veterano disidente Victor Korchnoi, que meses antes había pedido asilo político en Holanda estando aún en tramitación. A la hora de poner las banderas, Víctor no tenía todavía nacionalidad, por lo que pidió la bandera negra con la calavera de los piratas, y al negarse la organización filipina, quiso una que pusiera Apátrida, que tampoco gustó, por lo que al final no se puso ninguna.

Aquello fue algo más que unas partidas de ajedrez, se trató de una guerra sicológica a todos los niveles. Llegó a denunciarse la presencia de hipnotizadores en la sala, entre el público, que actuaban a favor o en contra de uno de los contendientes. Que las sillas tenían antenas de radio, y que las consumiciones del bar llevaban implícitas órdenes del equipo asesor. Un yogurt o un cafelito indicaban un consejo, y un refresco lo contrario. Al final el torneo lo ganó Karpov por un resultado apretado, y Korchnoi no se presentó a la coronación de su rival. Se siguieron odiando el  resto de sus vidas deportivas.

En resumen, un delicioso libro, original y muy recomendable para las gentes del deporte y también para  los simples aficionados a pasárselo bien.