Me honro con ser amigu del doctor Armando Menéndez Suárez. Yá falé d’él en dalguna otra ocasion al referime a la so ONG que trabaya en tol mundu colos más desfavorecíos. Recién llegáu de Palestina ya Israel, escribe esti interesantísimu reportax sobre lo qu’ellí vio de primer mano. Ye un poco llargo, pero paga la pena enteranos de lo que daveres ta pasando, ensin intermediarios que nos dirixan la visión. Espero que vos preste la llectura.
Empujados al exilio: La dramática supervivencia de la comunidad árabe cristiana de Palestina, la minoría más castigada por el conflicto árabe-israelí
Armando Menéndez Suárez 11.06.2017 | 03:53
Nunca habría pensado que me iba a resultar tan difícil escribir este artículo, acostumbrado como estoy a exponer mis opiniones en público a través de libros o conferencias. ¿Qué cambió en esta ocasión? Una profunda reflexión sobre lo que les quiero comunicar para bien de todos los que sufren en este interminable conflicto, desde la neutralidad, sin atender a su religión o discurso político; pero primero tuve que desprenderme de la frustración, de la rabia y de las contradicciones que me surgieron durante mi estancia en Belén (Bethlehem), Beit Jala y Beit Sahour, territorios controlados en la actualidad por la Autoridad Nacional Palestina, que es una versión «pacífica» de la OLP a raíz de los acuerdos de Oslo de 1993.
La ANP tiene un presidente elegido por voto directo que a su vez escoge al resto de su Gobierno. Sus autoridades civiles y de seguridad (no tienen ejército) controlan zonas urbanas (áreas A, según Oslo) y sólo sus representantes civiles (y no de seguridad) pueden controlar las áreas rurales (áreas B).
Acabé en Palestina a finales del pasado mes de abril para investigar qué estaba sucediendo con las minorías árabes cristianas, tan palestinos como los demás, puesto que un supuesto representante de esta comunidad en Belén había pedido ayuda económica a la Fundación DAF, que dirijo. Esto sucedió en Madrid en enero de este año y me tomé muy en serio su llamada de socorro y su invitación a enseñarme su realidad. Como no le íbamos a dar dinero a unos desconocidos por muy árabes-cristianos que dijesen ser, y ante su amable propuesta de proporcionarme transporte, contactos y alojamiento, me planté en Tel Aviv a finales de abril. Nadie me fue a buscar, sólo un wasap: «Hermano, a ver cómo te las arreglas para llegar solo a Belén».
Con visado exclusivamente para Israel, moverte por Cisjordania te puede traer muchos problemas con el Ejército israelí; aun así me fui a Belén en solitario. En ningún momento tuve dificultades para entrar en territorio palestino a pesar de los múltiples controles. Pero al regresar a Jerusalén después de mi estancia en Beit Sahour fue otro cantar, pues esos checkpoint están previstos para que ningún palestino pase la frontera y entre en Israel. Incluso los autocares con peregrinos que regresan a su hotel de Jerusalén después de pasar el día en Belén no se libran de los exhaustivos controles.
Antes de viajar a Israel me documenté a fondo y fui descartando los extremos a pesar de la mucha literatura que encontré a favor y en contra del sionismo y del islamismo radical. Las organizaciones mundiales que apoyan al sionismo y la legitimidad del Estado de Israel son tantas como las que apoyan a Hamás y a la Yihad o cualquiera de sus métodos violentos. Ninguna de esas fuentes ni ONG son fiables. Tohan Gunatna dice que la quinta parte de las ONG islámicas son dominadas por el yihadismo y son utilizadas para el blanqueo de dinero y recaudar la limosna obligatoria o «Zaqat» con la que financiar el terrorismo islámico. También el sionismo internacional a través del Gatestone Institute de New York y de los escritos de Nina Rosenwald arrima el ascua a su sardina, aunque publicaciones como «Hatzad Hasheni» dan información que se puede contrastar en la Agencia para la Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid) del Reino de España. También a través de Aljazeera pude entrever el sentir de los países árabes respecto a sus hermanos palestinos. Pero si se desea profundizar con seriedad en este grave conflicto, la ESCWA (Economic and Social Commission for Western Asia, dependiente de Naciones Unidas) acaba de publicar un riguroso estudio sobre el «apartheid» palestino: «Israeli Practices towards the Palestinian People and the Question of Apartheid».
Una vez obviados los extremismos, decidí hablar cara a cara con los moderados de ambos bandos y convertí el contratiempo de haberme dejado tirado en el aeropuerto de Tel Aviv en ocasión. Ocasión de pasear por las calles de Belén, de conocer a voluntarios españoles que trabajan allí con los más desamparados y ocasión de entrevistarme con musulmanes de izquierdas y cristianos que coordinan la acción social totalmente desatendida en toda Palestina. Les adelanto la excelente armonía que reina entre los musulmanes afines a Al-Fatah (nacionalismo palestino de izquierda secular, afín al socialismo democrático, afiliado a la Internacional Socialista) y los cristianos en general. El mismo Yasser Arafat decretó que el alcalde de Belén debe ser árabe cristiano, y así sigue siendo.
No debemos de confundir a Hamás con Al-Fatah. Las noticias por televisión en ocasiones desbordan nuestra capacidad de análisis y tendemos a meter a todos en el mismo saco, pero no es así. Ambos partidos estuvieron en guerra desde 2006 hasta 2011, aunque las acciones militares cesaron en 2007. Fue la llamada Guerra Civil palestina o Conflicto entre Hermanos, iniciada en 2006 después de las victorias legislativas, militares y políticas de Hamás. A este conflicto lo llaman Wakseh los mismos árabes, que significa «humillación y ruina». No hay que dudar de que Israel aprovechó esta guerra fratricida para ampliar su ocupación en el West Bank. En la actualidad la franja de Gaza está controlada por Hamás y Cisjordania por Al-Fatah, aunque estos últimos temen la radicalización de los jóvenes de las principales ciudades del territorio palestino y que esto sirva de excusa a Israel para quitarles los pocos derechos que les quedan y seguir construyendo asentamientos.
Tampoco debemos de confundir la Yihad con la Intifada. La primera significa guerra santa para que el Islam reine en la tierra, y la segunda, agitación, tirar piedras. Al yihadismo le vale todo, el -horror y el terror. La Intifada es el derecho al pataleo, legítimo, de los que no quieren vivir en campos de refugiados o en reservas y quieren regresar a sus casas en Israel. No es terrorismo y yo mismo compartí con ellos coca-colas y charlas de las que aprendí mucho, entre otras cosas, que existe un Islam moderado que respeta a los cristianos y ansía trabajar juntos para mejorar la situación del pueblo palestino. También leí entre líneas que sus enemigos no son sólo los israelíes, sino sus mafias y los extremistas de su propia religión, que lejos de ser demócratas apoyan la guerra santa que tanta desgracia trajo al mundo árabe y al occidental.
Pero tampoco los palestinos tienen una visión muy clara de lo que está sucediendo en Europa y mi contacto con la izquierda palestina, un musulmán sumamente amable y servicial que me pidió que omitiese su nombre, me quiso explicar con un ejemplo la situación de los territorios palestinos ocupados. «Nos está pasando lo mismo que a los catalanes y vascos en España», dijo. A lo que le contesté: «Qué mas quisierais, probinos». No me entendió, porque se lo dije en español. Pero yo a él, sí. Aquí como allí, hay pescadores en río revuelto. Me contaba este chico palestino que en los países árabes, cuando las grandes dictaduras militares, los cristianos y musulmanes convivían pacíficamente, incluso eran una piña contra el régimen. En ese tránsito hacia la libertad, las naciones árabes han derribado dictadores, pero no han podido evitar la entrada del islamismo radical.
Terrible precio tienen que pagar para llegar a ser democracias e ingresar en la modernidad y en un mundo sin represión ni marginación, donde la ley islámica (Sharia) no lapide a hombres y a mujeres por ser homosexuales, abandonar a sus maridos o pretender una educación igual para niños y niñas. Estas ofensas a la Saría, llamadas Hadd, son consideradas crímenes muy graves castigados con penas severísimas, pero que no son aplicables a los violadores si la mujer violada no llevaba el hiyab, pues entonces ella sería acusada de inmoral.
El Instituto Español de Estudios Estratégicos ha publicado un documento titulado «Fundamentalismo, salafismo, sufismo, islamismo y wahabismo» (Manuel González Hernández, 17/8/15) que me ayudó mucho a comprender el medievalismo en el que pretenden sumir al mundo árabe en general. Paradójicamente, el pueblo palestino aspira a ingresar por derecho propio en una nueva era de libertad y paz y eso es lo que suplica a Occidente, que Israel se lo permita. A cambio, alejarse diametralmente de los terroristas, extremistas islámicos, pero también aceptar algunas concesiones vejatorias para los que antes fueron dueños y señores de ese territorio. Pero hay algo más valioso que la tierra y que el agua, y es la libertad.
Mi amigo palestino no dudó ni una décima de segundo en contestar a mi pregunta sobre qué pedían los palestinos: «Los palestinos pedimos sólo una cosa, libertad».
Cuando le pregunté a mi contacto palestino quiénes eran los enemigos del pueblo palestino, éste me los enumeró en este orden: primero, los israelíes y sus aliados; segundo, el islamismo radical y la Yihad (Hamás, ISIS, Estado Islámico, Hermanos Musulmanes, Al Qaeda, Daesh, Talibanes, etc.), y, tercero, las mafias musulmanas, que en nada tienen que ver con la Yihad ni con la Intifada, pero que acaparan todas las ayudas internacionales (miles de millones de euros al año), trafican con los refugiados y con los reclutamientos de nuevos yihadistas (cobran unos 15.000 euros por cada nuevo yihadista que reclutan para Gaza u otros países). Pero también extorsionan a sus hermanos árabes cristianos cobrándoles por proteger sus negocios y sus casas al más puro estilo Al Capone. Lo llaman Dhimmah, que es un concepto del Derecho Islámico por el que cristianos y judíos deben pagar un impuesto sobre su trabajo, Yizia, y sobres sus casas o terrenos, Jaray.
«¿Y los judíos?», le pregunté a esta persona. «No confundamos al pueblo judío, al que admiro, con los israelíes», me contestó. Y añadió: «Los judíos tienen más premios Nobel y virtuosos de la música que cualquier otra nación, además de geniales directores de cine y actores. Por favor, no hablemos de guerra entre musulmanes y judíos. Fue una guerra entre palestinos e israelíes y ahora las negociaciones de paz no contienen reivindicaciones religiosas, sino territoriales y de libertad». Mi contacto palestino añadió: «Hamás quiere llevar la guerra a iglesias y sinagogas, así como el resto de los radicales, pero que quede claro, no es una guerra santa, no es la Yihad. Palestina pide recuperar sus territorios de antes de 1967 y libertad para moverse por ellos y buscar trabajo. El pueblo palestino, tanto musulmán como cristiano, quiere que le devuelvan la dignidad arrebatada por Israel con el beneplácito de Inglaterra, Francia y los Estados Unidos. Cuando Herzl y Pinsker, en el siglo XIX, propusieron la creación del Estado de Israel, dio pie a la formulación del movimiento sionista y a la Declaración de Balfour de 1917. Y esto no paró hasta que Israel obtuvo la independencia en 1948. Desde entonces vimos cómo nuestro ¬territorio fue menguando hasta hacerse ridículo y fragmentado. Vivimos en reservas como los indios americanos y también como ellos estamos expuestos a la extinción, si no material, sí cultural y de autodeterminación. El terrorismo ayudó a dar cortadas al sionismo y nos perjudicó mucho».
A través de un fraile franciscano hispano, me dirigí a entrevistar a un comerciante árabe católico de los que venden artesanía en madera de olivo con motivos cristianos a los peregrinos occidentales que visitan Belén. Tampoco puedo dar su nombre, su vida corre peligro porque las mafias palestinas se lían a tiros por las calles de Belén como tuve ocasión de ver, sembrando de muertos una ciudad que todavía no se recuperó de su asedio israelí durante la segunda intifada (Intifada de AL-Aqsa entre 2000 y 2005).
Estos muertos no convienen a nadie, alejan a los turistas que confunden a los mafiosos con terroristas. Me recibió muy cortésmente, pero alejados de la mirada de sus «hermanos», me confirmó que de seguir la situación así tendría que abandonarlo todo y emigrar con su familia, quizás, a Sudamérica. Además de exigirles unos «tributos» altísimos a cambio de respetar sus propiedades o su propia vida, a los árabes cristianos que ya se han ido dejando su vivienda -cerrada, se la «okupan» para no devolvérsela jamás. Si necesitan permisos del Ayuntamiento o de la Administración palestina los trámites pueden ser eternos si no pagas generosamente el impuesto mafioso. Ni decir tiene que es imposible conseguir permisos para abrir una iglesia al culto público. La antes próspera comunidad árabe cristiana de Belén se ha convertido en una minoría marginada por sus hermanos musulmanes reconvertidos en mafiosos, olvidando que compartieron trincheras contra Israel y que sufren el «apartheid» juntos.
Los mismos israelíes a los que entrevisté en Jerusalén días más tarde me dijeron que ahora los palestinos son víctimas de sus propias mafias y que están divididos en «familias» que arrojan al exilio a los musulmanes y cristianos que quieren recuperar una vida en libertad. Ése es el origen de la actual migración palestina a Europa y América del Sur, su única esperanza.
Llevo 35 años por el mundo y he visto mucha miseria y tragedia, desde los slums de Mumbai a los barrios de Calcuta de infinita miseria y muerte. En 2015 trabajé en Nepal auxiliando a las víctimas del terremoto en la zona rural de Kathmandú y campos de refugiados. Sé lo que es hambre, sed y enfermedades, y eso es lo que me esperaba encontrar en Belén. Pero no, mi primer encuentro en Belén fue con un «pijo palestino», con sus Ray Ban de sol y su BMW descapotable. No fue una excepción, pues coches de alta gama, decenas de concesionarios de coches caros, restaurantes, hoteles y mansiones me hicieron pensar que me había equivocado de autobús.
Pero desafortunadamente no, era el autobús de la línea 231 entre la puerta de Damasco en la ciudad vieja de Jerusalén y el centro de Belén, y lo que estaba viendo era la nueva clase emergente que nadie sabe de dónde saca el dinero. Desde luego no viene de Israel, ni de su trabajo, que no daría para tanto lujo. Mi amigo palestino me decía en tono muy triste que ahí iban a parar parte de las ayudas internacionales y de las extorsiones a los comerciantes cristianos. Y mientras, cientos de niños son abandonados por sus familias árabes por padecer parálisis infantil o graves síndromes genéticos debido a la alta endogamia de ese pueblo. También los niños y niñas con síndrome de Down siguen la misma suerte y viven al margen de sus familias sin educación ni estímulos, lo que empeora su situación de dependencia.
¿Quién los recoge y cuida? Los mismos cristianos a los que extorsionan y marginan, a través de ONG de la Iglesia católica, ortodoxa y otras muchas más, pero en menor número. También hombres y mujeres ancianos siguen esa misma suerte, pues la Saría dicta que sean los varones los que cuiden de sus padres mayores, pero no siempre es así y acaban en asilos ligados a la -Acción Pro Terra Sancta de la orden Franciscana. Es una terrible tragedia que yo he visto con mis propios ojos y que la periodista española afincada en París Alexandra Gil relata a la perfección en su último libro, «En el vientre de la Yihad», publicado en Debate.
Nuestra fundación se ha comprometido con el responsable de la Association pro Terra Sancta, Vincenzo Bellomo; con el director de la ONG española «Youth Wake up!», José Otaola, así como con el director de la Hope School de la Iglesia ortodoxa, Jameel Brenneman, a colaborar en sus programas de rehabilitación neurológica y de niños con necesidades especiales. Se solicitan terapeutas ocupacionales para esos niños y maestros especialistas en esos problemas concretos. Se aconseja hablar inglés, pero no es imprescindible, pues la mayoría de estos niños y niñas están acogidos en el Hogar Niño Dios de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado de Belén, en manos de religiosas argentinas. La Fundación DAF costea el viaje de los voluntarios y el resto de las ONG la estancia, siempre que sea por al menos tres meses.
Estando allí, en Palestina, donde nació Jesús, me volví a encontrar por segunda vez en mi vida con un mensaje que lleva resonando en mi cabeza desde que lo oí por vez primera en Calcuta: «No podemos cambiar nada de su política, pero mucho en sus corazones».
Mi amigo palestino, aunque musulmán busca el encuentro con los cristianos de Palestina. Estoy seguro que sabe que la paz llegará a esos territorios de la mano de ese amor redentor que hermana a los hombres y mujeres de buena voluntad. Debo decir que tanto los palestinos como los israelíes a los que entrevisté, seleccionados por su moderación, me han tratado con exquisita cortesía y educación. Me hizo pensar: ¿a quién le interesará que no nos abracemos y nos pidamos perdón unos a otros por nuestra ceguera?
(Publicáu en La Nueva España. Semeya de portada Reuters)